La cara de Leo Messi tras marcar el 2-1 ante el Leganés, después de otro piscinazo de Neymar, lo decía todo. Era la imagen de la impotencia, del enfado y de la incomodidad hecha futbolista. El gol abrochaba una semana negra para el Barcelona y Messi lo sabe. Por eso el crack argentino no quiso ni celebrar el gol, porque, a día de hoy, está anímicamente muy tocado. No aguanta –como casi todo el vestuario– a Luis Enrique y, lo que es peor, empieza a estar muy decepcionado con algunos compañeros.