Rafa Nadal vence a John Millman en el US Open

 

Lo sabe Rafael Nadal, pero aun así no puede evitar torcer el gesto una, dos, tres, cuatro y las veces que haga falta porque el público de la Arthur Ashe no deja de entrar y salir, de levantarse para hacerse selfies, de brindar y pasear, de moverse todo el rato y departir como si estuviera en el sofá de casa, enfrente del televisor.

Lo sabe Nadal, que ha desfilado ya 15 años por la pista más grande del mundo, pero aun así, todavía encuentra dificultades para concentrarse y cogerle el pulso al ambiente que preside su victoria de apertura en este US Open: 6-3, 6-2 y 6-2, en 2h 09m ante John Millman.

Por un lado está el australiano, tipo duro al que muchos elegirían para ir a una guerra porque aguanta lo que le echen y corre a por todo; y por otro estaba el ruido, el murmullo permanente que hace del tenis en Flushing Meadows algo completamente distinto, en ocasiones un ejercicio de temple inimaginable en otros lares silenciosos como París, Londres o Melbourne. Lo que el aficionado local percibe como un envoltorio sonoro que refuerza el espectáculo, muchos tenistas lo afrontan como un tenso desafío de abstracción.

Y Nadal, esto no es nuevo, es seguramente el jugador con mayor capacidad para blindar su mente, pero a la vez tiene un sentido instintivo que le conduce a tratar de controlar todo lo que acontece a su alrededor. De ahí que le molestasen el ajetreo y los decibelios de los 23.000 espectadores que terminaron llenando la central, un avispero este martes neoyorquino en el que se llevó una reprimenda arbitral por demorarse con el servicio. La causa del retraso, los aficionados que se movían en uno y otro fondo. No digirió bien la decisión Nadal, citado el jueves con Thanasi Kokkinakis (23 años, 203 de la ATP), y así se lo hizo saber a la juez de silla.

“La gente estaba gritando. No es que yo fuera tarde o me faltara el aire...”, explicó ante los enviados especiales. “Simplemente estaba parado en la línea esperando a que la gente bajara el volumen. Yo miro el reloj cuando entiendo que la gente está callada y tengo que estar preparado para sacar. Estaba esperando y le he pedido al árbitro que pidiera que bajaran el volumen, y cuando he levantado la cabeza me han pitado el warning...”.

A partir de ahí, el estreno del número dos constató lo que se adivinaba: ha aterrizado fuerte en Nueva York, con chispa en las piernas y dinamita en el cordaje. Desmigó a Millman con un fabuloso repertorio de carreras, juego de pies y derechazos; a resaltar, también, el revés cruzado, un martirio para el australiano y elemento que olvidó en el vestuario en la semifinal de Wimbledon contra Roger Federer. Esta vez sí lo metió en la bolsa. Jugó como quiso y a lo que quiso el balear, fino en las sensaciones y la estadística (solo cedió nueve puntos con el primer saque); rotundo para sellar su debut más contundente en el major estadounidense junto a los de 2009 (siete juegos cedidos contra Richard Gasquet) y 2016 (Denis Istomin).

De negro y sin mangas. Así atrapó la primera victoria en un torneo que pinta de maravilla para él. Pese al ruido y el trasiego. Bien lo sabe: esto es Nueva York. “Aquí la conexión con la gente siempre es muy buena, siempre he tenido una muy buena sintonía. Es verdad que al comienzo del torneo el ruido es fuerte y no estamos acostumbrados a jugar así, pero cada año es lo mismo: es el primer día, pero después el oído va adaptándose. Esta es una de las cosas especiales de esta pista y hay que disfrutar de ello, no hacer un problema”.

Sonaba el tarantiniano guitarreo de Stuck in the Middle with You y Nadal ya había hecho de las suyas. Despegó con nota y, de paso, la jornada le despejó el trazado al cobrarse a cinco cabezas de serie que podían coincidir con él: Thiem (4), Tsisipas (8), Khachanov (9), Bautista (10) y Auger-Aliassime (18). Difícilmente podía haberle salido mejor.