Después de cinco meses sin competencia tras su abandono en las semifinales de Flushing Meadows contra Del Potro, Rafael Nadal volvió recargado al circuito.
Y el primer Grand Slam de la temporada dio cuenta que el español, cuando está sano, puede pelear por el número 1 del mundo frente a Djokovic, Federer o cualquiera de los tenistas de la NextGen. Le sobra espíritu combativo al mallorquín. Sus dotes de enorme competidor le brotan por todos sus poros. Y es uno de los mejores tenistas de todos los tiempos. Pero también lo que está haciendo en el cemento de Australia es comparable, por ejemplo, a lo que realizó en 2013 en canchas rápidas cuando logró tres Masters 1000 en esa superficie además de Flushing Meadows.
Nadal, por otra parte, fue inteligente para cambiar y para encarar la que, a sus 32 años, será la última etapa de su brillante carrera. El ex número 1 del mundo vio que Novak Djokovic y Roger Federer habían tocado su saque. Él hizo lo mismo y los resultados fueron absolutamente satisfactorios. Un par de datos estadísticos: hasta el año pasado su promedio de aces por partido era de 2,5 y en Melbourne levantó esa marca a 6,5 y en porcentajes de primeros servicios y de puntos ganados con ese primer saque también obtuvo ganancias (65,7 por ciento contra 69,3 y 71,7 contra 81, respectivamente).
Con un servicio más agresivo, más plano y sin tanto slice, el número dos del mundo sufrió apenas dos quiebres en su camino a la final.
En esa pretemporada más larga de la habitual que hizo con Carlos Moyá, trabajó mucho su saque en el que se notan dos modificaciones técnicas básicas. La primera es que hace el backswing (el movimiento de la raqueta detrás del cuerpo) un poco más largo con un mayor balanceo con los brazos -sobre todo con la mano zurda- que provoca un cambio de ritmo, de más lento a más rápido; y la segunda es que no flexiona tanto las piernas -al balancear más los brazos no necesita tanto esfuerzo de los miembros inferiores- y así va más directo a la pelota tratando de tirarse más adentro de la cancha tras el golpe.
Ese combo hace que su servicio sea más agresivo, más plano y sin tanto slice. Y esos cambios se reflejaron en los resultados obtenidos y en sus producciones en Melbourne: Nadal no perdió un set en su camino a la final, sólo le quebraron dos veces el saque en el torneo (el australiano Duckworth en su debut) y la nueva generación no le hizo ni cosquillas. Ahora podrá ganar o perder la final, pero la bestia está viva. Y en Australia dio apenas un aviso.