Tokio toma desde hoy el relevo de Río de Janeiro como ciudad que acogerá los próximos Juegos Olímpicos dentro de cuatro años, en los que la capital nipona deberá dejar atrás los numerosos baches que la organización ha afrontado hasta ahora.
Japón entra en la fase decisiva de su puesta a punto para el evento, y lo hace con una ilusión y un espíritu olímpico renovados después de que los atletas nipones cuajaran una brillante actuación en Brasil, donde lograron 12 oros, muy cerca del objetivo (14) que se marcó el país.
Tras la ceremonia de clausura en el estadio Maracaná, a la que asistieron el primer ministro nipón, Shinzo Abe, y la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, entre otras autoridades, la bandera olímpica llegará a Tokio el próximo día 24, en un acto simbólico en el que Río cederá el testigo a la metrópolis nipona.
Con todas las miradas puestas ya en Tokio, la organización tiene la misión de hacer olvidar el escándalo de los supuestos sobornos para la elección de la ciudad como sede olímpica y los controvertidos cambios de sus principales símbolos.
En julio de 2015, la organización desechó el proyecto original del nuevo estadio olímpico, diseñado por la arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid, tras las críticas recibidas debido a su magnitud y coste excesivo, que duplicó el presupuesto inicialmente previsto.
Dos meses después, el comité anunció que también descartaba el logotipo que había elegido como símbolo para Tokio 2020 tras las acusaciones de plagio a su diseñador, y apenas 30 días después de su presentación oficial.
Ambos casos generaron un aluvión de críticas y la dimisión de altos cargos del Comité organizador y del Gobierno nipón después de un cruce de acusaciones sobre quién tenía la responsabilidad de los escándalos.