Los aficionados del Dortmund no escatimaron en críticas hacia el recién ascendido, aprovechando que para la 19ª jornada recibían al Leipzig en el Signal Iduna Park. Por las calles y en las gradas desplegaron pancartas que aludían a su condición de millonario, convirtiendo la partida en una forzada metáfora de la lucha entre la historia y los vientos de cambio, entre la tradición y el corporativismo, entre el bien y el mal...
El encuentro lo ganaron los locales, pero el RB Leipzig sólo perdió una batalla, no al guerra: jornada tras jornada sus jugadores han demostrado que su buen momento no es un asunto pasajero y mientras el club más joven del país ya hace planes para viajar por Europa, el BVB sigue muy alejado de los lugares donde nos tenía acostumbrados, al tiempo que varios de los "equipos históricos” podrían quedar relegados de las competencias continentales.
Cambiando las reglas del juego
La llegada de un "toro rojo” al ruedo de la primera división causó una revolución, sin que siquiera rodara la pelota en el campo de Leipzig. La reinserción en la Bundesliga de una escuadra con sede en territorio de la desaparecida República Democrática Alemana fue visto con buenos ojos por los nostálgicos que se empeñan en recordar que alguna vez este país estuvo dividido en dos.
Pero no faltaron detractores que le echaron en cara al nuevo chico del barrio que detrás del Rasen Sport se encuentra una poderosa productora de bebidas energéticas, consolidada como una de las promotoras del deporte más importantes del planeta. El odio ha crecido en proporción a sus éxitos.
Su modelo empresarial genera cierto temor entre los ortodoxos del balompié que se empeñan en engañarse a sí mismos con un romanticismo que dejó de tener cabida hace mucho tiempo en este negocio. Así es, el fútbol es pasión, es magia, está rodeado de simbolismos y mitos que ni los Galeanos, los Benedettis o los Villoros de los cinco continentes terminarían jamás de esbozar. Pero a fin de cuentas, João Havelang cambió las reglas del juego para siempre y no hay forma de que el fútbol deje de ser un espectáculo masivo y, en consecuencia, un asunto de dinero.
Sus detractores temen que Red Bull, también con sedes en Viena, Nueva York y Campinas, termine haciéndole a este deporte lo que Starbucks hizo con uno de los lugares más sagrados de la intelectualidad moderna, las cafeterías: globalizarlas y convertirlas en meras franquicias.